Siempre cruciana
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Eduardo Castellanos Gómez @edcastellanos Ella le daba clases hasta a ochenta niños al mismo tiempo. No tenía título de maestra, pero tenía dos certificados de primaria. Nada de aulas con pizarrón interactivo. Sólo el “silabario” en la mano y los alumnos en una sillita. No hacía marchas ni plantones. Es más ni siquiera exigía su derecho de escalafón. Eran otros tiempos. Cuántos chamacos habrán aprendido a leer y escribir con ella. Cuantos memorizaron los mandamientos, el catecismo. Todo hasta que un día su hermano gruñón terminó por espantarle a los niños. Cruchis, Cruci, Crucita, Cruciana, María, Cruceiro, Cruz Gallardo De la Torre. ¿Cuántas hojitas parroquiales habrá entregado? Hace tanto tiempo que no la veía. Creía que era fácil encontrarla. Me equivoqué. La última vez que la vi fue por televisión. Estaba ahí, justo detrás del ataúd café que resguardaba el cuerpo del sacerdote Jesús Melano, el día de su misa de exequias. Pero ese día no hablé con ella. La última vez que platicamos, fue una mañana de julio, en el nombramiento de la octava parroquia en la ciudad de Tepatitlán, mientras hacía mi trabajo reporteril. Estaba lúcida, recordaba fechas y acontecimientos como si hubieran sido ayer. Me contó de su hermano, mientras comía una enorme pieza de pan para mitigar el hambre -No almorcé- me dijo. También esa fue la última vez que logre captarla con mi cámara de video, llevaba un vestido blanco que incluía pequeñas bolas negras, su cabello blanco hacia juego con la vestimenta, su estatura de un metro treinta y ocho centímetros y sus peculiares lentes con semejanza a asientos de botella que la vuelven inconfundible. Lleva casi 40 años entregando la hoja parroquial en cada hogar que lo solicite. La volví a ver, en su casa, por la calle Porfirio Díaz, en el número 307. Estaba parada en la entrada, escondiendo un cigarro detrás de la puerta, el humo la delataba. Llevaba puesto un chal rosa, sobre el vestido azul. En las orejas unos aretes de fantasía. En la muñeca un pequeño reloj de pulsera al que la vista no le alcanza para ver la hora. Me recibió con su sonrisa casi desdentada. La casa tiene un fresno en el patio central, un pequeño corredor con arcos y un zaguán que a los costados tiene murales hechos en el año de 1971 por algún artista “peguerense” que iba de paso. Uno revive la escena de dos señoritas, a una de ellas apenas se le puede apreciar, pues el enjarre carcomido por los años en la pared de adobe sólo deja apreciar una colorida enagua, las dos mujeres recogen agua de una pequeña laguna. En la otra pared se aprecia a un adolescente vestido de manta, tocando la guitarra, sentado en un pequeño trozo de madera, al fondo una casa, con techo de tejas, la vivienda es abrazada por la sombra de un gran árbol, como el de la casa intestada con dos escrituras en la que habita Cruciana, la repartidora de hoja parroquial, la vendedora por catálogo, la ex maestra de parvulitos. Este es un adelanto del relato que se incluye en el primer libro, producto de el taller de periodismo narrativo impartido en Tepatitlán a integrantes de el Colectivo El Zaguan. Si quieres conocer el texto completo, acude a la presentación el próximo 27 de septiembre en el Museo de la Ciudad de Tepatitlán a las 20:00 horas y obten tu ejemplar gratuito. O a partir del 1 de octubre, descarga la versión electrónica. |